11/11/2013

Chocolatina para que Android no se escape

Lo de menos es si KitKat resuelve poco o mucho el crónico problema de Android, la fragmentación de su parque en versiones no actualizadas (ni actualizables). Ese problema es real, pero a la hora de juzgar por qué Google lanza otra versión con nombre de golosina (formalmente Android 4.4) lo relevante es el papel que juega en una estrategia sin cabos sueltos. En sus primeros tiempos (2008), Android fue para Google un proyecto relativamente secundario, una respuesta táctica a Apple, que con el tiempo adquirió el valor de pivote de la actividad de Google para llevar su negocio fundamental, sus servicios, a los dispositivos móviles. De eso se trata, ahora más que nunca.

Hasta el último comentarista ha reseñado lo que dice Google, que KitKat, gracias a su habilidad para optimizar el uso de la memoria por sus componentes, abre la puerta para que los desarrolladores puedan crear aplicaciones más eficientes, capaces de funcionar en los smartphones de techo bajo, a partir de 512 megabytes de memoria. Esto, en principio, debería precipitar la actualización de millones de dispositivos que tienen instaladas versiones anteriores (pero no necesariamente obsoletas) del sistema operativo. Pocos de esos comentaristas obedientes han explicado el por qué: ¿acaso no se podía dejar que el parque mundial de smartphones se regenere por sí solo al ritmo marcado por la innovación?

En la superficie, el objetivo último de Google no se describe como una maniobra para arrebatar cuota de mercado a iOS y Apple – Android ya es, con diferencia, el líder estadístico en número de dispositivos – sino como un medio de sentar las bases para que su tecnología sea más accesible en los mercados donde predominan los móviles low-cost.

En su última conferencia de desarrolladores Google I/O, la compañía ya anticipó la intención de introducir una nueva arquitectura de sus aplicaciones nativas y otras partes del sistema operativo, de manera que los desarrolladores no necesiten estar pendientes de la aprobación de cada fabricante y cada operador. En esencia, el problema es el siguiente: cómo combinar la teórica condición de «sistema abierto y gratuito» con la necesidad de asentar el control de Google sobre un «ecosistema» que, eventualmente, podría escaparse de su órbita.

Por las mismas fechas, Sundar Pichai, hasta entonces responsable de Chrome, asumió el mando sobre Android, y empezó declarando que su objetivo era «mejorar de manera decisiva la experiencia de usuario del sistema operativo». Palabras que se hubieran podido traducir sin autocomplacencia: Android es mayoritario, pero no despierta en los usuarios el entusiasmo adictivo que acompaña a iOS. El atractivo de Android es utilitario, y la experiencia de usuario es manifiestamente mejorable; esto se nota en que, teniendo un número de aplicaciones disponibles superior, la intensidad de uso resulta ser inferior a la de aquellas que arropan los dispositivos de Apple. Como prueba, compárese la facturación de Google Play con la de AppStore.

Claro que la fragmentación existe, es innegable. Mientras el 90% de los usuarios de Apple descargan la última versión de iOS, las estadísticas de Google revelan que el 28,5% de los Android se basa todavía en Gingerbread, la versión 2.3 que data de finales del 2010. ¿Y el resto? Dos terceras partes trabajan con Icre Cream Sandwich (4.0, de octubre del 2011) o posteriores. Es cierto que Jelly Beam, la más moderna hasta ahora, abarca el 48,6% de los dispositivos que acceden a la tienda Google Play, pero si se profundiza un poco más, se descubre que Jelly Beam tiene tres sub-versiones, que no es sino una fragmentación adicional, casi tan problemática como la genérica.

En KitKat, Google ha rebajado drásticamente los requisitos operativos de los smartphones Android, pero esto no debe llevar a pensar que se trata de una versión aligerada; por el contrario, ha incrementado – en medida igualmente drástica – el tiempo de respuesta y la capacidad de correr múltiples aplicaciones sin afectar la vida de la batería. Esto es bueno para los desarrolladores, y multiplicará el alcance de sus aplicaciones.

El nuevo Android también incorpora ciertas funciones que refuerzan el core business de Google. Así, por ejemplo, ha mejorado la identificación de las llamadas entrantes: si el usuario no reconoce a quien le está llamando, Android buscará su identidad a través de sus listados y de Google Maps. Otra novedad es que Hangouts se integra con los SMS y MMS, pero lo hace de tal modo que pasa a ser el sistema de mensajería por defecto. ¿Es preciso recordar que la innovación no se hace por el orgullo de innovar sino porque con ella se amplía el horizonte del negocio? Y el negocio de Google no es el sistema operativo, sino la recogida y procesamiento de los datos generados por la actividad de sus usuarios. Por esta razón, todo lo que signifique más datos de mejor calidad, justificará el mayor control de Google sobre el sistema operativo. Sin llegar a los extremos del «jardín vallado» de Apple, Android ayuda a Google a limitar la autonomía de sus muchos partners.

Se habla mucho del doble duopolio (Android/iOS y Apple/Samsung), pero los analistas prestan escasa atención a los fabricantes asiáticos (y no sólo asiáticos) de móviles ´no name`, esa multitud indiferenciada que aparece en el ranking bajo el epígrafe ´otros`, y que representa algo así como el 40% del mercado mundial de smartphones. No pagan nada por el sistema operativo (a menos que Microsoft les fuerce a pasar por caja para comprar el derecho a usar sus patentes). Pero no es esta circunstancia la que más preocupa a Google, sino el que, por tratarse de un hardware de prestaciones limitadas, no aportan una experiencia de usuario estimulante para usar sus servicios web. KitKat es un guiño para que esos fabricantes – cerca de dos centenares, según algunos estudios – acepten entrar en su corral. Voluntariamente, eso sí.

La segunda tendencia es que ciertos partners de postín se toman demasiadas libertades. Por ejemplo, Amazon con un amplio margen de libertad que un sistema abierto no podría coartar, ha cogido el código fuente de Android – así como esta recoge el kernel de Linux – pero sus tabletas Kindle Fire no se subordinan a los servicios con los que Google gana dinero.

Mucho más delicado es el caso de Samsung, líder mundial en buena medida a que su sistema operativo está subvencionado [la expresión es fuerte, pero realista] por Google. No está de más recordar que la facturación de Samsung no viene esencialmente de su célebre familia Galaxy sino de una cantidad de smartphones de bajo precio que vende a los mercados emergentes y a los usuarios de prepago en los mercados desarrollados. De hecho, Samsung se va alejando poco a poco de las funcionalidades originales de Android, para ofrecer sus propios servicios. Sony vive la misma tentación de crear un entorno propio para su familia Xperia.

La respuesta de Google a estas dos tendencias consistiría en lograr que KitKat las devuelva a su carril, pero evitando conflictos. El señuelo de la golosina – no es casual la referencia a las chocolatinas de Nestlé, con la que Google tiene un acuerdo de marketing conjunto – consiste en atraer a esos millones de usuarios, probablemente más de 200 millones de individuos, extrapolando generosamente las estadísticas de Gartner e IDC. No faltan rivales con los que Android va a tropezar: los Firefox OS o los Asha de Nokia (que Microsoft seguirá soportando con la esperanza de que un buen día migren hacia Windows Phone)

Habrá que ver, por último, si los operadores que siguen subvencionando o financiando los terminales – y de esta manera sujetando a sus clientes – están dispuestos a que esta dulce actualización de Android llegue a los viejos smartphones o, pudiendo hacerlo, los bloquen con excusas técnicas.


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